Cuentan que una vez hace muchos años crecieron juntos un junco y un roble a la misma orilla del río.
Compartían las delicias de la primavera y la rudeza del invierno, pero nunca estaban de acuerdo. Un día el roble dijo al junco:
– ¡Realmente eres digno de compasión. El menor soplo de aire te tumba. Mis poderosas raíces son el mejor antídoto contra el viento. ¡Sabes que tengo razón!.
Tal vez, dijo el junco, tengo un aspecto débil y comprendo tu preocupación. Pero no te fies… ¡La flexibilidad es mi gran fuerza, pues aunque me doblo, nunca me rompo!
Tras una larga discusión empezó a soplar un viento terriblemente fuerte. El junco bailó al son del vendaval, flexible ante sus peticiones.
El roble, rígido y estricto, permaneció inmóvil ante aquella furia.
A la mañana siguiente, el junco se alzó sacudido y conmocionado, pero vivo, sólo, para descubrir a su lado un gran agujero, justo donde el roble aposentaba sus raíces.
Esta fábula nos muestra dos formas opuestas de afrontar las adversidades:
– La del roble, está basada tanto en la convicción de que su fortaleza es indestructible como en el desprecio hacia su vecino del bosque que no muestra su robustez y que aparentemente es más débil o vulnerable. La confianza en sus fuerzas es tan fuerte que no ha de hacer nada, simplemente mantenerse imperturbable.
– La fuerza del junco, en cambio, reside en la flexibilidad, en saber adaptarse al entorno para llegar a sobrevivir a las contrariedades externas que están fuera de su control. Además su actitud, de humildad, de no alardear de sus cualidades, ni compararse con otros árboles e infravalorar-los, le refuerza.
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